¿Quién soy?

“Y estos son los nombres de los hijos de Israel que entraron en Egipto…… Shemot 1:1

Mientras me detenía a pensar sobre este verso y el desarrollo de esta parashá, vinieron a mi mente muchas ideas, referente a la importancia de tener un nombre, una identidad, un origen, un futuro. De hecho, una de las ideas fundamentales de los Derechos Humanos de 1959 establece que en su principio número 3 que “El niño tiene derecho desde su nacimiento a un nombre y a una nacionalidad”.

La pregunta es entonces, ¿por qué? Según varios sociólogos, antropólogos, psicólogos y humanistas, es poque es un “valor simbólico que genera efectos en el inconsciente y que afecta o determina al sujeto que lo porta de modo significativo”. Esto significa que es un anclaje a la identidad, materialización racional de quién soy y de cómo me diferencio de los demás, y la importancia de pertenencia a un grupo o clan (sentido del apellido). El nombre, en resumen, nos dice un poco de nuestra historia, el lugar de origen, de nuestros progenitores y la existe una presencia inconsciente en quien lo porta de quién lo engendró, ya que gozará de ciertas características y arraigos de sus ancestros.

Si no tuviéramos un nombre, entonces, ¿quiénes seríamos? ¿cómo me diferenciarían de los demás? Sin un nombre, la integración social y familiar en cuanto a sentido de pertenencia, seguridad, cariño e identificación sería una barrera en el desarrollo normal y saludable de una persona.

Dice Salmos 2:7 “El Señor me dijo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy”. ¿quién es entonces hijo? Si bien es cierto este salmo es “controversial” en el aspecto que el cristianismo da una correlación a que se refiere al Cristo, debemos partir de que las características de un hijo serán de la misma esencia que la de un padre como lo explica el Radak ( Rabbi D-avid K-​​imchi , 1160-1235), en este sentido, no puede referirse a un ser humano, ya que el origen del Eterno no es carnal, no es material, es fuera de este mundo, por lo que un hijo es entendido en sentido metafórico.

Siguiendo con esto, quienes son llamados hijos de Dios aquellas personas quienes voluntariamente cumplen los mandamientos de alguien y actúan como sus emisarios adecuados, como lo expresan los profesores Marc Zvi Brettler y Amy Jill Levine en las siguientes palabras del Radak: “Y así también una persona, debido al espíritu celestial dentro de él, cuando ejecuta el mandato de Dios a causa del espíritu sabio que lo guía, [Dios] lo llama “hijo”. Y por eso [el salmo] dice: “Tú eres mi hijo, hoy te he parido”.

Por otra parte, la expresión “Te he engendrado hoy” según el Midrash Tehilim (citando al Rabí Hauna) dice que implica una “creación” de una “nueva creación”. Si lo vemos en términos prácticos es como ganar una nueva identidad, una nueva oportunidad de iniciar de cero la vida. ¿Han visto aquellas películas en donde a los agentes se les otorgan nuevas identidades? Incluso, vimos cómo a millones de personas durante persecuciones, momentos post-guerra, o personas que están ocultas como testigos, se les entregan nuevas identidades para comenzar una nueva vida. Es allí, la importancia entonces, del nombre. Sigue siendo biológicamente la misma persona, pero su comportamiento o su mentalidad es una nueva creación.

Si observamos entre la muerte de Yosef leída en Vayejí, habían transcurrido más o menos unos 80-116 años en donde Israel había sido seducido por el mundo egipcio, siendo asimilados culturalmente, socialmente (debieron casarse una buena parte con personas no israelitas) y religiosamente al contar sólo con tradiciones orales ya que la Torá escrita no había sido aún entregada. Es decir, Israel había retrocedido a las características de Jacob, y estaba a punto de desaparecer. Entonces, es aquí en donde aparece el Eterno, iniciando el libro con una recapitulación de nombres y cantidades.

Los nombres, daban idea de quiénes eran, de dónde venían, de la identidad de cada uno de ellos. Por otra parte, la cantidad era una expresión de amor ya que cada uno importaba, pero sobre todo, es que la suma de todos era uno, como leemos en el capitulo 4:22 “Israel es mi hijo, mi primogénito” no haciendo referencia a 70, sino que los 70 eran uno solo.

Si leemos profundamente, veremos que existen varios peligros que nos hacen perder la identidad de hijos, primero, la prosperidad. Dice 1:7 “Los hijos de Israel fueron fructíferos, proliferaron, se multiplicaron y se hicieron muy, muy fuertes”. ¿las bendiciones pueden jugar a veces en nuestra contra? Sí, si no mantenemos los pies en la tierra. Las palabras que utilizan están en verbos que engrandecen el esfuerzo humano, porque no dice, “Y el Eterno los hizo prósperos”, sino que ellos a través de su esfuerzo llegaron a ser fuertes. Es decir, crecieron en desequilibrio, se hicieron fuertes en músculo y no en alma. ¡Cuántos hombres fuertes he visto caer por su mala cabeza! ¡mucho musculo, poco cerebro! Este es un peligro, prosperar sin Tora, puede llevar a la destrucción.

Segundo, factores externos, como líderes, gobiernos, grupos. Los vemos en el 1:8 “Se levantó un nuevo rey sobre Egipto, que no conocía a José”. Estas personas son las que siembran zozobras en las almas judías para que deseen no ser parte de Israel. Hoy en día con el antisemitismo cuántas personas están cambiándose sus nombres y quieren olvidarse de sus raíces para evitar sufrimientos. Lo hemos visto en cada peregrinaje y expulsión de tierras, en la Europa Nazi, en el oscurantismo, etc.

Tercero, los afanes de la vida. A Israel los pusieron a hacer ladrillos, es decir, a producir cosas sin sentido, sin valor agregado. Esto trae amargura, como dice el 1:14 “Y les amargaron su vida con duro trabajo de barro y ladrillos, y con todo trabajo del campo. Todo el trabajo con que se servían de ellos, era con dureza.” Hoy en día, hay actividades laborales sin sentido, que es como hacer ladrillo. Por ejemplo, imprimir documentos que nadie revisará jamás, pero implica tiempo de firma, sello, impresión y resguardo cuando existen maneras de hacerlo digitalmente o al menos reducir tiempos de sellados y firmas originales. Actividades que no generan valor. He visto personas que el mismo afán de la vida hace que no hagan nada…. ¡Se paralizan! O que hacen de todo al mismo tiempo y ¡no generan valor porque no completan nada! Están haciendo ladrillos para un tercero. El hecho de no generar y agregar valor (vida) a nuestras actividades trae frustración, un sentimiento de no ser “útil” o sentirse “desperdiciado” y eventualmente amargura, que no sólo es interna, sino que se transmite a la familia.

Retornemos a la idea inicial, vemos también que en esta porción aparecen dos nombres: Uno, Moshé (sacado de las aguas -del Nilo- literal,  o sacado de la muerte-, metafórico) y el Nombre del Bendito Sea Él, 3:14 “Y dijo Dios a Moisés: Ehyé asher Ehyé (seré el que seré). Dijo además: Así dirás a los hijos de Israel: Ehyé me ha enviado a vosotros. וַיֹּ֤אמֶר אֱלֹהִים֙ אֶל־משֶׁ֔ה אֶֽהְיֶ֖ה אֲשֶׁ֣ר אֶֽהְיֶ֑ה Vayomer Elohim el-Moshe eheyeh asher eheyeh”. Es decir, vemos la importancia de un Nombre, nos da el indicio de quién nos habla, de quién esta delante de nosotros, de cómo comportarnos y cómo vivir la vida.

Cuando asociamos la Haftará en Isaías 27:6 “Días vendrán cuando Jacob echará raíces, florecerá y echará renuevos Israel, y la faz del mundo llenará de fruto.” Asociamos la importancia del Nombre. Israel había olvidado sus orígenes, dice que había perdido su identidad de ser Luz, y ahora cometía iniquidades, pecados, idolatría (8-10). Luego envía un mensaje profetizando que Israel volverá a ser uno (las 70 almas serán una sola nuevamente v.11-12), dejarán la bebida (28:1,7), la soberbia (28:3), eliminarán su vergüenza (29:22), y recibirán un espíritu nuevo (entendido 29:24). Muchas veces emulamos un sentido de no ser quiénes somos, perdemos nuestro nombre, dejamos que nos den una nueva identidad para olvidar quiénes somos, incluso, para el mundo moderno dejamos de ser una persona y nos convertimos en un número para despersonalizarnos, tal y como hicieron los nazis en su momento. ¡Eres importante, cuentas para el Eterno! Retorna a tus orígenes porque ya tienes un nombre.

Cierro con este Tehillim: “Él me llamará: “Tú eres mi Padre, mi Dios y la Roca de mi salvación.” Al reconocer que Dios es nuestro Padre, reconocer que nos ha dado un Nombre, una identidad y personalidad única, nos hará vivir libres, es el inicio de la libertad. No nos dejemos “etiquetar” por quiénes no somos, no caigamos en las trampas que nos bombardean a diario diciéndonos que somos “genocidas, apartheid, usurpadores, etc.” Todo esto es mentira, no define quiénes somos, nosotros somos: Israel y debemos vivir en el estándar de vida de Israel, más allá de cómo el mundo trate de definirnos. Amamos la paz, amamos la vida, amamos al prójimo, somos Luz, somos Hijos Primogénitos del Eterno y seguidores de la Torá.

Shabbat Shalom

Mauricio Quintero